Reflexiones desde la Vuelta de Obligado
Por Antonio Torrejón*
Nadie tradujo mejor que Mariano Moreno esta coexistencia de la voluntad de construir una nueva nación, por una parte, y la inexistencia de una nacionalidad en la cual basarse, por otra. En los comienzos mismos de la Independencia ( octubre y noviembre de 1810), consideró la posibilidad de una unidad americana, pero afirmó la conveniencia de una solución más restringida, basada en la existencia de lazos entre algunas provincias, derivados de la “ antigüedad de íntimas relaciones”, con evidente referencia a los que unían a Buenos Aires y otras rioplatenses: “ Principio Federal”.
Todo el texto -en cuanto se propone como problema el de decidir qué extensión geográfica podía tener un nuevo estado en la América española, y en cuanto su visión de los nexos posibles-, que no va más allá de esa vaga referencia a provincias a las que la antigüedad de aquellos lazos “han hecho inseparables”, confirma la imagen de la Independencia de las colonias ibéricas como un efecto del derrumbe metropolitano más que de una maduración interna.
Pero pocos documentos expresarían el real estado de incipiente formación de una identidad política como lo hicieron el “Acta de Independencia” (9 de julio de 1816) y el “Manifiesto” del Congreso Constituyente ( 25 de octubre de 1817). El Acta utiliza la expresión federal “ Provincias Unidas” para denominar a la entidad política representada en el Congreso. Y lo que sigue inmediatamente indica en realidad que la Nación no sólo constituye, en el sentido de darse un documento político organizador del Estado, sino que se origina en esa voluntad o sentimiento colectivo de las provincias reunidas de considerarse a sí mismas una Nación. Lo que traducen estos textos es la decisión de constituir la nueva Nación, sin invocar ninguna nacionalidad o nación preexistente. Lo que preexiste son las provincias, a veces denominadas “pueblos”.
Solo deseo tributar el justo reconocimiento, mediante estas líneas, a quienes a través de los años, hicieron el país.
En la línea de construcción del país, me he propuesto no distraer la atención del lector puntualizando los numerosos actos de defensa que se efectuaron desde la mitad del siglo XVIII por parte de milicianos, soldados de línea y tropas regulares para frenar las aspiraciones de ingleses, portugueses y franceses, entre otros, o de declarar por la fuerza “la libre navegación de los ríos vertebrales de la confederación de Provincias Unidas del Río de la Plata”, como la Guerra desigual que nos declararon con su flota Gran Bretaña y Francia, en aquel lejano 20 de noviembre de 1845.
Sobre estas epopeyas se escribieron historias e historietas, estas últimas hasta llegaron a crear factores de desaliento y de anomias sociales. Cabe aquí recordar a León XIII cuando dijo: “ Que tengan, sobre todo, presente que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir; la segunda, no temer decir la verdad; además que el historiador no sea sospechado de adulación ni de animosidad”.
En todos los casos el espíritu guerrero, el amor por la libertad y la valentía de un pueblo son los que causaron en muchos casos pánico y estupor a las fuerzas invasoras. El Siglo XIX les facilitó, con la era Industrial, acceder a británicos y franceses a una sofisticación bélica que, trasladada a cualquier rincón de la tierra, los convertía en amos y señores. La verdad de ellos no sólo tenía el argumento de la pólvora, sino que más allá su dirección y contundencia.
Ante los excedentes de producción, no sólo se lanzaron al mundo a crear una nueva cultura de consumo que consolidara sus elaboraciones y riqueza, sino que también a carrera los circuitos de cierta esclavitud.
En ese contexto se amplía la valoración de ciertas aptitudes de nuestros patriotas que sabían que enfrentar a los personeros de esas potencias involucraba un alto costo de vidas humanas y que el gran ingenio para enfrentarlos era el darles pelea por la vía de la sorpresa. De esta forma, luego de varios acosos y prejuicios que recibió esa flota monárquica, una vez más se vieron obligados a rendirse, pasar por la “Vuelta de Obligado” con temor y cabizbajos. Con 21 cañonazos, delante de la Ciudad de Buenos Aires, volvieron a colocar en el tope la Bandera representante de lo Argentino.
*Antonio Torrejón, distinguido por su vasta trayectoria académica y profesional, comprometió su vida al desarrollo de la actividad turística. Desde 1964 se desempeñó en diferentes cargos estatales en el sector de turismo, llegando a ser Secretario y Ministro en la provincia de Río Negro, Secretario de Turismo en Chubut y, desde el 2003 al 2011, Asesor Honorario del Ministerio de Turismo de la Nación. También fue nombrado Profesor Honorario de la Universidad Nacional de Mar del Plata y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Morón.
En el año 2010 en conmemoración del aniversario la Batalla de Obligado escribió para La Guía Club el artículo “ Reflexiones desde la Vuelta de Obligado”.