Confitería Bonetti: 42 años de un sabor único
Rubén Bonetti conoció el oficio como pocos. Desde los trece años sus manos y su amor por la pastelería lo fueron transformando en uno de los confiteros más exitosos de toda la región. Rubén Bonetti dio sus primeros pasos en la panadería de la familia Rotundo, casi por casualidad, y como ayudante de confitero durante ocho años.
En la confitería faltaba un “pibe” y allí lo llamaron por intermedio de un familiar para trabajar a prueba. Mientras su mentor le explicaba que, para la tarea, necesitaba indumentaria blanca para cumplir con los requisitos de higiene comenzó a soñar con aprender un trabajo. No lo dudó, aunque sus padres no estaban de acuerdo ya que “tenía toda una vida por delante” para ganarse el pan.
“Fue un Martes del año 51. Concurrí entusiasmado con la ropa blanca, pero al llegar el maestro me dijo que me había apresurado con la compra de la indumentaria, tenían que transcurrir quince días para la palabra final”. Vivía junto a su familia en el campo y la necesidad económica hizo que en aquella época recorriera cinco kilómetros diarios en bicicleta o caminando durante las primeras horas de la madrugada.
“Me moría por trabajar”, comenzó contando el pastelero a La Opinión, un día octubre de 2008. “Tenía un miedo terrible. Cuando me decían: 'Mirá que si las latas no quedan bien llamamos a otro chico'. Yo me quedaba noches enteras sin dormir pensando que las latas tenían que estar limpias”.
Al mes de prestar tareas, su curiosidad lo llevó por un camino que marcaría el resto de su vida. Construyó un horno de barro en la casa de campo, donde vivía junto a sus padres y hermanos. “En aquella época eran días largos, andaba en bicicleta y me levantaba a las 6 de la mañana porque entraba a las 7.30. Si no había bicicleta tenía que venir a pie. Fue una época muy linda que me trae muchos recuerdos”, dijo Bonetti, emocionado.
“Me acuerdo que Rotundo me esperaba con el café con leche caliente, para empezar a trabajar. Era todo un sacrifico y mi infancia transcurrió jugando con las masas y los delantales, además no dejaban de resonar las recomendaciones de mis padres, por seguridad nomás”, agregó y recordó una anécdota que lo marcó a fuego "por desoír" a sus padres.
"Una vez dos hombres en un coche Falcon, del Ministerio de Trabajo, me dijeron: 'Vení, pibe, que te alcanzo, somos de acá del pueblo”. Me llevaron hasta la curva de la muerte. ¡Yo me quería tirar! Decían 'Yo no tengo chicos, te vamos a criar'. No le hice caso a mi viejo... El auto me quedó grabado para siempre. Allí entonces comprendí la preocupación de mis padres en esa situación límite”, aseguró.
De Rotundo al mallorquín
Después de ocho años el destino lo embarcó en un proyecto más pretencioso: Juan Puig, un confitero mallorquín, lo aguardaba en la vieja Confitería La Perla, que se encontraba en la esquina de Mitre y Saavedra. En ese momento la ensaimada pasaba indadvertida y su elaboración se asemejaba más a una factura. De todos modos los recuerdos sobre su abuela amasando lo ayudaron para insertarse en la actividad.
“Entre otras cosas, me acuerdo que mi primera torta de casamiento, me llevó más de seis horas de elaboración, era lógico nunca lo había hecho. Esa primera torta de casamiento la moldeé a mano, no tenía todos los elementos y así fuimos marcando la diferencia. El modelado a cuchillo durante estos veintinueve años de historia también es una marca registrada de la confitería”, aseguró.
Bonetti permaneció varios años en La Perla, hasta que decidió emprender su propio negocio en su casa, con mucho sacrificio. Como los días martes tenía feriado, aprovechaba para viajar hasta Baradero "para hacer alguna changuita y juntar algunas monedas" para cumplir su sueño.
“Ya tenía la casa, entonces volqué todas las energías y el entusiasmo en la realización del horno a leña como para hacer alguna torta, como para ir empezando. Mediante un crédito bancario y la ayuda de un empleador como garante, pude adquirir la batidora, aunque esta persona estaba convencida que la inversión se trataba de un televisor a color”, dijo riéndose.
Era muy arriesgado abrir una confitería en un barrio alejado de la zona céntrica. Sin embargo, el amor por el oficio logró vencer cualquier obstáculo. “La confitería comenzó a funcionar en el living, y mi esposa Margarita, mi compañera incondicional, realizaba los pedidos mientras yo continuaba con las otras cosas. Por la noche me dedicaba a la elaboración en el horno a leña que nosotros mismos habíamos construido”, subrayó Bonetti.
“Con el paso de los años pudimos cumplir el sueño a pleno; edificar un local exclusivo en Riobamba 630 y ser la confitería donde la especialidad es la ensaimada, además de masas finas, facturas y tortas hojaldradas, hoy registrada como Confitería Nuevo Horizonte”.
Rubén Bonetti logró convertirse un pastelero de lujo en el comercio que ahora encabezan sus hijos, quizás imitando aquellos comienzos donde sólo se dedicaba a jugar con la masa. Él preserva los secretos de lo artesanal como valor agregado y garantía para el paladar.
Los sampedrinos saben que cuando acuden al confiterio se llevan la sabrosa ensaimada que desvive a los turistas, y durante muchos años, cada semana la Fiesta de las Colectividades, desafíó a todos con su calidad artesanal, porque siempre supo que su premio está en la fidelidad de sus clientes.
*Este Día de la Primavera, la confitería Nuevo Horizonte, de la familia Bonetti, cumple 42 años preservando los secretos de la pastelería artesanal, un arte que pese a la insistente condena a muerte por parte de las maquinarias perdurará gracias a que el paladar humano no confunde.